Emigramos en cuerpo pero nunca en alma
Los cubanos a diferencia de otros; emigramos en cuerpo, pero nunca en alma.
Nuestra alma se queda en nuestra tierra, en el corazón de nuestra gente y de los seres queridos que dejamos detrás. De los que desde el justo momento en que tomamos la decisión de irnos, nos extrañan y esperan.
Hoy hace dos años llegaba a este país, con muchos miedos, dudas y sobre todo ganas de comerme el mundo. Pero mi alma se quedó en el corazón de mi madre, familia y amigos.
Vivir lejos de la tierra de uno duele. Haberla tenido que dejar crea en ocasiones algún que otro resentimiento.
A veces, los mecanismos de defensas y las cosas que nos decimos para sobrevivir fuera de nuestro mundo, no nos dejan ver que vivimos con esos resentimientos sembrados en lo más profundo de nuestros corazones. Y aún así, muchos consiguen olvidar y finalmente adaptarse a vivir lejos.
Independiente de todo eso, lo cierto es que fue nuestra decisión irnos. Y como todas las decisiones vienen con pros y con contras, y aprendemos el arte de vivir con ambos lados de la moneda.
Decidimos irnos por alcanzar metas y objetivos de vida que creímos nunca podríamos alcanzar en nuestra tierra. Pasan los años y no todas las metas ni los objetivos se cumplen. A veces se cumplen metas y objetivos con los que nunca ni siquiera soñamos.
Se nos pasa la vida luchando, creciendo, recordando, olvidando. El tiempo pasa volando, sin oportunidad siquiera para extrañar nuestra tierra, nuestra gente.
A veces, cuando los extrañamos, nos vamos a un rincón y con la melancolía que muy pocos en nuestras vidas comprenden, lloramos.
Y así entre lágrimas, un trago de ron y música de la Vieja Trova Santiaguera, Celia o Willy Chirino nos vamos acoplando y haciéndonos a la idea de que los mejor está por venir.