Cuando tenía seis años de edad, mi madre me dejó quedarme despierto hasta tarde para mirar la película El hombre lobo. Les aseguró que lamentó su decisión; y eso que en aquel entonces en casa, disponíamos de un televisor Krim 218 y la calidad de la imágen no permitía disfrutar muy bien del elenco de actores de aquel largometraje.
Pero lo mejor de la historia vino después; la película me dejó completamente convencido de que aquel hombre estaba todas las noches rondando nuestra sala, buscando su comida predilecta; que era un muchachito de seis años.
Mi temor presentó problemas. En algunas noches en las que necesitaba llegar a la cocina por un vaso de agua, me moría de la sed, pero ni muerto atravesaba por la sala. Para llegar al baño desde mi dormitorio también tenía que pasar cerca de sus garras y sus colmillos, algo que yo era reacio a hacer, sentía que venía detrás de mi. Más de una vez fui al cuarto de mi mamá y la desperté. Al igual que Jesús en la embarcación, mi madre estaba completamente dormida en la tempestad ¿Cómo puede dormir una persona en un momento como ese?
La recuerdo aquella noche, entreabriendo un ojo y soñolienta, cuando de pronto me pregunta pero, ¿por qué tienes tanto miedo? … Oh sí, el hombre lobro, refunfuñaba. Y como todas las noches, me agarró de la mano, me acompañó a todas mis diligencias y me dió la charla de siempre «Esas son historias; cosas que no son reales, a las cuales no debes temerle porque no existen. Ni a eso, ni a los muertos se les debe tener miedo. Ténle miedo a los vivos».
A partir de entonces, comencé a temerle a los muertos; no podía ver películas de terror, ni policíacos, ni suspensos, al día de hoy tampoco las miro. Luego se sumaron otros miedos como a la oscuridad (aún duermo con una luz encendida), miedo a los bichos, a la rana, al monte, a caminar sólo por una calle muy tarde en la noche.
Pese a todo ello, hago lo posible por mantenerme al margen de muchas situaciones, como por ejemplo ir a un cementerio; y sobre esto quería hablarles.
Resulta que hacía tiempo estaba por ir al Escorial, por las historias que me contaban mis compañeros, de que era muy bonito, por el patrimonio que allí se encuentra, y porque quería conocer también un poco más de la cultura española. Llego al Escorial, pago a mitad de precio por ser estudiante, me entregan el plano. La muchacha muy atenta hace lo posible por hacerme un recorrido jugando con el tiempo que disponía. Y de buenas a primeras me dice «y por aquí se va a la cripta real«, me hago el desententido sigo leyendo el resto de las setenta salas que aparecían dibujadas en el mapa, ella me explica otro recorrido y finalmente termina «y sino no te da tiempo, por aquí vas directo hacia la cripta real«. ¿Qué le hace parecer a ella, que no la había escuchado? ¿Tenía que repetírmelo?
Aunque evidentemente nunca pensé que se refería a un cementerio; un cementerio real, pero cementerio al fin, descansan los restos mortales de personas. Tampoco pensé que efectivamente descansaran los restos de los reyes de España.
Estuve evitándolo por un rato; pero aún así, bajé porque suponía que iba a ser maravilloso estar en el Panteón Real, bajé acompañado aprovechando un grupo de turistas que se disponían a hacerlo, todo cagado; pero firme en el lugar. Pasé además por el Panteón de los Infantes; y la arquitectura, la belleza y la dedicación con la que fueron diseñados y el lugar en general me pareció muy impresionante.
Posteriormente me cuentan que al morir los reyes, estos no son sepultados directamente en el Panteón, previamente y durante unos 25 años; descansan en una sala cercana conocida con el nombre de “Pudridero”. Sala por la cual pasé y ni me dí cuenta, por suerte.
Luego como sino bastara y para saciar mi curiosidad y mis ansias de lectura, googleo «El misterio del pudridero de El Escorial». Suficiente para una noche.
Dos tilas y una taza de Bien Dormir para conciliar el sueño, ejercicios de relajación y «Mucho cuidado con alguien dormirse primero que yo». Y aún así estuve viendo momias en una semana.
A todas estas, aún dudaba en escribir sobre eso. Pero luego me dije ¿qué tiene de malo? Todos tienen algún miedo; el mio me mantiene al menos con los pies en la tierra.
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